TOP 7 Padres de la Alquimia

TOP 7 Padres de la Alquimia

Por Pablo Bellot Bellot

¿Qué es la alquimia? Si preguntas por ahí, algunos te dirán que es el arte de convertir los metales pesados en oro. Otros te dirán que es el arte de fabricar un elixir con el que poder vivir eternamente (el lapis filosofal). Hay quien te dirá que son bambalinas. Otros alegarán que es el origen proto-científico de la química tal y como hoy la conocemos. Te dirán que es un bulo, una mentira, que la alquimia no existe. Algunos te intentarán convencer de que la alquimia no es tanto una búsqueda física como espiritual, una alegoría pura del alma. Muchos han sido los orígenes etimológicos que han intentado dar una explicación acerca de los orígenes de la alquimia. Unos dicen que viene de la raíz Chem (tierra negra = Egipto); otros la derivan de un legendario alquimista árabe llamado Chemis. Lo único cierto es esto: la alquimia existió y sigue existiendo. A continuación realizaremos un periplo a través de los autores históricos más importantes
de todos los tiempos: Los Padres de la Alquimia.

1. Zósimo de Panópolis (s.III d.C.)

zosimo
Dibujo extraído del Libro de la Virtud del maestro Zósimo, en el cual se puede
apreciar uno de los primeros instrumentos de decantación/destilación de toda la historia.

Zósimo de Panópolis. Nuestro caballo ganador. ¿Por qué? ¿Por qué Zósimo y no Bolo? ¿Acaso no cita el bueno de Zósimo al gran sabio Bolo de Mendes como uno de sus principales maestros? Es cierto. También cita a Hermes Trismegisto a Paphnuti la Virgen o a la legendaria alquimista María La Judía y no por ello los hemos incluido, siquiera, en nuestro ranking de Padres de la Alquimia. No lo hemos hecho porque consideramos que todos esos nombres pertenecen a otra categoría: Top 7 Alquimistas Legendarios. No hemos incluido a Bolo de Mendes dentro de esta categoría porque creemos que, pese a todas los trabajos falsificados mediante su pseudónimo por una considerable tradición de escribas e impostores, su historicidad pesa más que el aura de leyenda y mitología que rodea a su figura. Es, en este sentido histórico y filósofico, donde Zósimo de Panópolis, gracias a su posterior influencia, se convierte en el nº1 de nuestro top.

Los primeros textos alquímicos que atesora nuestra civilización pertenecen a Zósimo. Puros, históricos, 100% sin adulterar. Entre ellos se encuentran la primera receta oficial de la cerveza y su Libro de la Virtud, verdadero emblema alegórico de naturaleza gnóstica en el que concibe una clasificación comparativa entre hombres y metales. Si Bolo de Mendes legó un tratado técnico sobre las tinturas, será Zósimo con su Crisopoeia (el arte de fabricar oro, aprendido de la Cleopatra alquimista) el que revolucione de un modo espiritual (gnóstico diríamos) la concepción de dedicarse a la gran obra. Sus 28 libros perdidos, según los estudiosos del tema, contenían todas las claves de la ritualística egipcia y la técnica de los herreros y orfebres. Figuras contemporáneas al sabio egipcio como lo fueron Jámblico y Porfirio quedaron rendidos ante su arte y cargaron todo el peso de la tradición a sus hombros.

2. Bolo de Mendes (Pseudo-Demócrito) s.II.a.C.

ouroboros
El Ouroboros, emblema de la Antigüedad y de la Alquimia, constantemente
referido por Bolo de Mendes.

Llegamos al segundo puesto. Ha sido difícil establecer un ganador y un finalista. Bolo de Mendes se ha quedado a un puesto de la gloria. Sin embargo, que haya entrado en el segundo puesto significa que su influencia y su obra fue objeto obligado de estudio para las posteriores generaciones de iniciados.

Se dice de Bolo que fue el primer autor occidental en meterse de lleno en temas ocultistas. Su denominación de origen egipcia, su filosofía ecléctica apoyada en Teofrasto, sus tratados firmados mediante pseudónimos y el viaje a Egipto que el filósofo Demócrito de Abdera emprendió en su juventud, reúnen una serie de datos que desorientaron a los estudiosos del tema y que relacionaron, de un modo confuso, a Bolo de Mendes con el filósofo dichoso, Demócrito, padre del atomismo. Esto hizo que
naciese una figura legendaria apodada como pseudo-Demócrito, ligada posteriormente a la figura de Bolo. Hoy hay un gran consenso que fija la autoría de los tratados de pseudo-Demócrito como pertenecientes al sabio de Mendes.

Contemporáneo del legendario alquimista Ostanes, Bolo de Mendes ha sido
constantemente citado por los padres del Ars Magna. Se dijo de él que se formó con sacerdotes egipcios y que practicó numerosos rituales. A través de él se conectan las tradiciones egipcias y helenísticas. Su Phusika kai mustika sirvió de biblia para toda la tradición alejandrina y puso en circulación la concepción de la transmutación de los metales mediante asociaciones simpáticas o antipáticas. El maestro Zósimo, en sus cartas a su hermana Theosebeia, lo nombra en repetidas ocasiones.

Zósimo sitúa la alquimia de Bolo próxima a la de la maestra hebrea María la Profetisa, que viviera entre el siglo III y II antes de Cristo. Esto nos arroja pistas para comprobar que, en efecto, los orígenes de alquimia, comienzan alrededor de esas mismas fechas, para consolidarse como una llave de conocimiento real hasta bien entrado el siglo III después de Cristo. Consideramos, así, a Bolo, ya no como el padre, sino como el abuelo del sagrado arte.

3. Abu Musa Jâbir Ibn Hayyân [Geber] (725/815 d.C.)

geber
Grabado de Geber.

Geber (denominación latina) es el padre de la alquimia árabe y uno de los patriarcas de la química moderna. Por sus inventos, descubrimientos, teorías, clasificaciones y tratados, fue un autor de obligada lectura y la base palpable sobre la que trabajaron los alquimistas del Renacimiento. Es por todo eso y, sobre todo, por su Libro de las piedras, por lo que pensamos que Abu Musa se merece entrar en los primeros puestos de nuestro ranking.

La alquimia de Geber es osada, seductora, desafiante, poderosa. No es del todo externa pero tampoco interna. Hay quien podría tildarla de materialista, debido a la colección de acetatos que el sabio irakí descubrió pero también a la concepción del ars magna de los árabes como un conjunto paradigmático de teorías rígidas y proto-científicas. Nada que ver con la obra del sabio de Kufa. Su alquimia es, por decirlo de algún modo, demiúrgica. En su famoso Libro de las piedras, Geber desglosó todo un recetario de operaciones para crear vida de un modo artificial. Como si del golem hebreo se tratara, Abu Musa desarrolló una especie de grimorio alquímico con el que poder crear escorpiones o seres humanos sin la necesidad de una reproducción asistida. Este tipo de trabajo “frannkensteiniano” servirá como piedra de toque y referencia (por no decir profecía) para una historia del automatismo en la que, a día de hoy, nos vemos envueltos de un modo totalizante.

Así se creó, dentro de la alquimia y de un modo excepcional, una técnica conocida como la takwin, el ejercicio de generar vida de un modo artificial, a través de distintas destilaciones de sangre y de semen y recombinándolas dentro de un marco de categorías aristotélicas como caliente, frío, seco y húmedo.

4. Wei Po-Yang (125/220 d.C)

wei po ynag
Dibujo de Wei Po-Ynag, su perro y su discípulo, justo antes de tomar el elixir.


Volvemos a China. La alquimia china se divide principalmente en dos tipos de métodos: el externo y el interno. La alquimia externa manipula los compuestos naturales para su propio beneficio. La alquimia interna manipula los compuestos orgánicos del cuerpo para autoregularlos sin la necesidad de ingerir sustancias externas. Wei Po-Yang revolucionó esta última escuela.

Wei Po-Yang, al igual que Tao Hong-Jing, tenía un laboratorio en la montaña. Los cronistas dicen que su perro murió después de haberle dado un elixir que él mismo preparó y que poco después también ingirió junto a su discípulo, entrando en un sueño extraño del cual despertaron con renovadas energías. Desde ese momento, Wei Po-Yang empezó a elaborar todo un sistema alquímico basado en los procesos autoreguladores del cuerpo pero también del alma. Cero aditivos. Únicamente cocciones internas.

Para poder llegar a este punto de transformación interna, mental, emocional y espiritual, el maestro taoísta tuvo que dominar los procedimientos básicos y materiales que tanto gustaban a sus compañeros árabes. Así, tras aunar sus conocimientos químicos y místicos, escribió una de las principales biblias de todos los tiempos para cocineros y herreros del alma: La Triple Unidad. Podemos considerar, a su vez, este tratado como
uno de los primeros manuales de magia roja (magia sexual) con el que se aproximaría a la escuela hinduista y a través del cual sedujo a pensadores de todos los tiempos. Desde Alister Crowley, Roger Bacon o Carl Gustav Jung.

5. Al-Razi (865/923 d.C.)

al razi
Al Razi y su secreto.

Hemos querido incluir en este catálogo, al menos, a dos de los principales exponentes de la Edad de Oro del Islam. A su vez, nos decidimos por descartar a la escuela hinduista. Nos pareció más relevante la aportación que hicieron los padres de la protociencia y, en especial, la que hizo Abu Bakr Muhammad ibn Zakariyya al-Razi, también traducido, por autores latinos, como Rhazes o Rasí.

No vamos, por cuestiones de volumen, a indexar el conjunto de aportaciones que este maestro legó (tanto a nivel instrumental como a nivel enciclopédico) en el terreno de la medicina y la química. Sí que mencionaremos El secreto de los secretos, obra capital para el campo de la alquimia, en la que, retomando la división que ya hizo siglos atrás el gran gnóstico Zósimo de Panópolis, establece una división entre los distintos reinos y sustancias y, en especial, en el reino mineral.

La alquimia árabe, de herencia persa, se distingue de la alquimia alejandrina y de una buena parte de la alquimia china taoísta debido, en parte, al empleo de un mayor número de herramientas de laboratorio y a una amplia gama de sustancias y compuestos químicos. Se centraron más en una praxis palpable que en conjeturas metafísicas o de corte espiritual.

Buena prueba de ello es la anécdota que cuentan del plato de oro de Al Razí y el visir que lo visitó. La leyenda dice que un visir fue a comer a casa de Al Razi y quedó prendado de la comida tan deliciosa que el cocinero de Razhes hubo preparado. Cuando el visir le preguntó al chef el secreto de la receta, éste, encogiendo los hombros, dijo que era una receta común de la región y que no había añadido nada especial. Es por la vajilla, dijo el cocinero. Una vajilla compuesta de una sutil aleación alquímica y metálica. A usted le ha sabido tan bien debido a las proporciones áureas con la que se ha adherido un poco de oro, es por el oro de la vajilla, concretó el chef. El visir interrogó a Rasi y demandó la fórmula alquímica de semejante cubertería. Razhes, no sabemos si para preservar o desmentir el secreto, lo negó todo.

6. Tao Hong-Jing (456-536 d.C)

tao hong jing
Dibujo/acuarela de Tao Hong-Jing.

Existen autores que discrepan acerca de los orígenes de la alquimia. Unos sitúan el nacimiento en Oriente Medio y otros en Egipto. Hay, en todo eso, algo incuestionable: que China fue uno de los primeros focos donde se gestó el noble arte de la transmutación de los metales. Y si China fue una verdadera cuna, Tao Hong-Jing fue un verdadero padre.

Este músico, erudito, farmacólogo, calígrafo, alquimista o astrónomo, entre
muchas otras dedicaciones, fue considerado por un puñado de especialistas como el homólogo chino de Leonardo Da Vinci. Su verdadera pasión fue, pese a todas las artes y ciencias que cultivó, la naturaleza y, en concreto, la montaña. Allí fue donde desarrolló su pensamiento y donde estructuró todo un material de textos místicos. En Maoshan (Monte Mao), vivió recluido, a la edad de 36 años, bajo el mecenazgo del emperador Ming, el cual le ordenó fabricar las mejores espadas del imperio. También se dedicó a la búsqueda de plantas medicinales y a la fabricación de elixires.

Su alquimia, en contrapunto a la de otros adeptos al Tao, es de corte externa, física, aplicada al mundo sensible. Al final de su vida consiguió crear un elixir en forma de polvo blanco, con el que se ganó los honores de la corte. Su obra poética fue exquisita. A continuación, escribimos unas líneas de Tao Hong-Jing, en respuesta a la pregunta que le hizo el emperador Xiao Yan: ¿Hay algo en las montañas?

Me preguntaste: “¿Hay algo en las montañas?”
Hay muchas nubes blancas sobre la cresta de la montaña.
Sólo pueden ser admiradas y disfrutadas por mí mismo,
Pero no vale la pena sostenerlas entre mis manos,
Y presentártelas ante ti, mi señor
.

7. Stefano De Alejandría (590/641 d.C.)

fuego griego
Fuego Griego, creación alquímica realizada por Esteban de Alejandría.

También llamado Stephanus o Esteban de Alejandría. Supera en nuestro ranking a comentaristas de la talla de Olimpiodoro de Tebas o Sinesio de Cirene, quienes también legaron una serie de escritos alquímicos de cierta relevancia. Sin embargo, de los tres comentaristas, es Stefano el claro ganador.

¿Qué por qué? Stefano es el inventor del fuego Valyrio. Sí. Lo que oyes. Sólo
que no era verde y se llamaba Fuego Griego. Stefano le enseñó la receta a Calínico. Así fue como se salvó el imperio bizantino de los asaltos navales a los que constantemente se vio sometido por parte de las tropas otomanas. El fuego ardía debajo del agua y eso era pura magia. Las cruzadas, cinco siglos después, copiaron la receta de Stephanus. Sus coetáneos lo conocieron como el Filósofo Universal (debido a sus vastos y eclécticos
conocimientos), hizo de nexo entre el mundo antiguo y el mundo moderno. Comentó a Porfirio, Aristóteles y Platón. Su manejo de la astrología y de la alquimia permitió a los estudiosos del tema (desde la Edad Media hasta el Renacimiento) conectar una serie de tradiciones que, de no ser por él, habrían quedado relegadas a un segundo plano o incluso desaparecido.

No sólo se limitó a comentar, reseñar y dar lecciones. Su obra De Crisopoeia
(Sobre cómo hacer oro) logró forjar su nombre en el panteón de los Padres de la Alquimia, ya que fue una clara referencia para alquimistas posteriores, científicos y filósofos.

Para terminar este viaje, arrojamos los versos oscuros y velados que, el sabio de Panópolis, en boca de Cleopatra la alquimista, nos arrojó al principio de los principios:

Uno es el Todo, por él es el Todo
y hacia él vuelve el Todo, y si no
contuviera el Todo, Todo sería
nada.