TOP 7 Alquimistas Legendarios

TOP 7 Alquimistas Legendarios

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Por Pablo Bellot Bellot

La alquimia es un proceso. Un cambio. Se puede dar a distintos niveles: material, mental, corporal, espiritual, laboral… Es una transmutación que empezó siendo, si concretizamos, el cambio del metal al oro, pero que degeneró en una serie de técnicas y escuelas que vieron en la alquimia algo así como un “proceso”, un “trabajo” y no tanto un “resultado” o una “magia sin fundamento”.

 En otro post abordamos un Top 7 de Padres de la Alquimia. Esto es: figuras históricas que cimentaron los principios sólidos de lo que hoy día conocemos por alquimia. Este listado que presentamos aquí es diferente: sus integrantes son figuras legendarias, seres que vagabundean entre la realidad y la ficción, entre la verdad y la mentira, entre el anonimato y la firma colectiva.

1. Hermes Trismegisto

Seguramente hayas oído hablar de Hermes pero no lo sabes. Frases del estilo de “lo de arriba es igual a lo de abajo” o “toda causa tiene su efecto y todo efecto tiene su causa”. También puede que te suene a la película de Hércules. De hecho, Hermes Trismegisto, es una, por así decirlo, fusión o asimilación entre dos dioses: Hermes, de la religión helena y Toth, de la egipcia. Uno era el dios de las comunicaciones, de los pastores, ladrones y del comercio. El otro era el dios de la escritura, la magia y los artificios humanos.

Esta figura de Dios se fraguó en la figura mitológica y legendaria de un filósofo egipcio que supuestamente transmitió su conocimiento a una serie de discípulos que empaparon con su sabiduría toda la costa del mar Mediterráneo, hasta llegar a la vieja Grecia y, más concretamente, a la escuela alejandrina. Los árabes lo llamaron el tres veces grande, ya que lo situaban en 3 vidas distintas y en 3 épocas distintas. Otros, auspiciados por el cronista Hermías de Alejandría, cuentan que vivió 3 vidas en Egipto, recordando en su última a las dos primeras y obteniendo, así, un triple saber. Sea como sea, su obra, centralizada principalmente por su Corpus Hermeticum, ha sido una referencia constante desde que el filósofo renacentista Marsilio Ficino lo descubriera y tradujera. Se cree que la mayor parte de textos herméticos fueron escritos entre los siglos II y IV, tal vez por una secta o hermandad gnóstica.

El bueno de Hermes (el tres veces encarnado) supo elevar la concepción material de la alquimia a un punto más aéreo y espiritual. Habló del oro del alma y no tanto de procesos químicos y palpables. En su Sermón secreto de la montaña, el maestro explica cuáles son los doce vicios que encadenan y convierten en un metal innoble al alma. También explica cuáles son las diez “potencias” que permiten liberarse de los doce vicios, en una solución de, podríamos llamar, “cribado espiritual”. La primera potencia es el “conocimiento de la alegría”, elemento indispensable a la hora de cocinar en el horno del alma un dominio de sí mismo y un saber estar que, una vez tratado, es como una pura onza de oro pulido.

2. Nicolás Flamel

La clásica leyenda de un hombre que consigue hacerse con un tesoro o manuscrito o un secreto y que a través del mismo es capaz de acceder a una fuente inagotable de riqueza es, cuanto menos, uno de los mitos que preconfiguran la sociedad en la que vivimos. Nosotros la conocemos gracias a películas como Indiana Jones o Harry Potter. La historia de Nicolás Flamel podría ser, en este sentido, toda una superproducción cinematográfica dentro de toda esta atmósfera de “cazatesoros” y conocimientos mercuriales.

Nicolás nunca practicó la alquimia hermética ni estableció relación alguna con la filosofía del “tres veces grande” Hermes. Flamel era un jurista, copista, librero, coleccionista de libros, papiros, documentos, objetos raros. Un golpe de azar quiso que el bueno de Nicolás se encontrara con un tratado que cambiaría el curso de los acontecimientos de su vida: El libro de Abraham el Judío, todo un icono de la literatura occidental medieval. Este ejemplar, cuenta la tradición, que llegó a sus manos o a través de un desconocido, o que lo compró al azar o que un ángel se lo dictó en sueños. El caso es que tardó 21 años en descifrarlo. Viajó por España pidiendo el auxilio de expertos en cábala y “artes profanas y naturales”. Un rabí de León fue quién tradujo la codificación de sus misterios y también el maestro que enseñó a Nicolás el arte sagrado de la transmutación de los metales impuros.

3. María la Judía

Todos conocemos a María pero no lo sabemos. Al menos, no como pensamos. Mucha gente cree que María la Judía (o la Hebrea o la Profetisa) fue la madre de Jesús. Se equivocan. Ella era la hermana de Moisés, el introductor de la ciencia y la magia en el pueblo hebreo. Todos la conocemos, pero no por ser la madre del Salvador o la hermana de Moisés, sino por ser la creadora de lo que vulgarmente llamamos el baño María, mítica técnica de cocción que hoy empleamos en nuestras cocinas pero que antaño fue ideada para la elaboración de la Gran Obra.

A ella hacen referencia los grandes sabios de todos los tiempos. María, junto a Medera, Paphnutia y Cleopatra, formó lo que antiguamente se conocía como el “cuadrado (o cubo) dorado”, pilar fundamental del conocimiento químico de los elementos, pero también del propio “saber femenino”. Zósimo de Panópolis, en sus cartas con su hermana Theosebeias, narra las proezas de esta antigua sibilina.

4. Fulcanelli

De todas nuestras leyendas, Fulcanelli es la más joven. Misteriosa e incógnita como todas, fue un enigma para mucha gente durante un tiempo. Gracias a las investigaciones que hizo Robert Ambelain, hoy se sabe que Fulcanelli fue un antiguo alumno de la escuela de Bellas Artes de París, Jean Julien Champagne, […] dibujante que hacía copias de manuscritos antiguos que engañaban a los expertos. Cuentan que se sólo se alumbraba con lámparas de petróleo porque detestaba la electricidad. Fulcanelli estimulaba su espíritu inhalando gálvano larga y profundamente.  Así fue cómo, según él, estableció contacto con «lo que buscaba». Compuso un «incienso para magos» y llevaba forjado, por sí mismo, un anillo enorme que reposaba sobre su dedo anular. Murió pobre.

Escribió un clásico hoy en día pero que él reconocía imperfecto: “El misterio de las catedrales». También «Las moradas filosofales», todo un elogio del hermetismo y que él mismo reprodujo con una serie de planchas metálicas (esto nos recuerda, inevitablemente, a los talismanes mágicos). Con su obra, «El misterio de las catedrales», este genio hace un extenso inventario de los símbolos ocultos de la Gran Obra a través de las fachadas de los edificios y los elementos arquitectónicos.

Su labor filóloga, hermenéutica en cierto sentido (y por qué no, mágica), ha generado un cóctel de etiquetas que ha hecho de este personaje todo un mito dentro del Panteón de los Herreros del Alma.

5 Basilius Valentinus

Hoy en día, para cualquier ser que se esfuerce por pensar y que también respire, el nombre de Basilius (o Basileus) Valentinus no le dice absolutamente nada de nada. Es normal. No hay que echarse las manos a la cabeza. En cambio, en el siglo XVII no había cabeza pensante, filósofa o científica que no conociese su nombre.

Supuestamente nació en 1.394, en Manguncia. Médico y alquimista (fue un estudioso de los minerales), llegó a convertirse en monje, adoptando los hábitos y la vida de monasterio. La leyenda narra el hecho sorprendente (siempre hay un fenómeno determinante o milagro) de cómo un rayo partió un muro del convento de Ertfurt, donde supuestamente vivió, revelando su oculta obra manuscrita, que había sido desconocida durante sus años de vida. Murió en el anonimato. El rayo destapó sus tratados «De la gran piedra de los antiguos», «De las cosas naturales y sobrenaturales», «De la filosofía oculta», «El microcosmos» y, sobre todo, su archiconocido «El carro triunfal del antinomio», comentado y recomentado a lo largo de siglos. Una buena parte (por no decir prácticamente todas) de las figuras mitológicas o legendarias de la alquimia, tienen, detrás de ellas, a un colectivo de personas que, de manera velada y en distintas y sucesivas épocas de la historia, han entretejido un corpus y una doctrina de pensamiento ligados, para toda la eternidad, en torno a estas figuras. Basilius Valentinus es una de ellas.

Nunca lo sabremos con certeza pero, es probable, que detrás de este icono existiese un grupo de discípulos del gran maestro Paracelso. La paradoja (siempre las hay) fue que se pretendió hacer creer que Paracelso estuvo influenciado por Basileus cuando la realidad fue, haciendo justicia al bueno de Teofrasto, más bien diferente.

6. Cleopatra la Alquimista

Cleopatra la Alquimista representa el triunfo de la mujer en la Gran Obra. Es un símbolo de la sabiduría y el respeto que se profesaba para con la mujer. Fueron muchas las mujeres que se dedicaron al sagrado arte de la transmutación del lapis.

A esta alquimista se la ubica en Alejandría y se la confunde, como es habitual en esta lista, con la figura histórica de Cleopatra VII. Es mencionada por numerosos filósofos pero, en especial, la nombra el Padre de los Padres, Zósimo de Panópolis. A ella se le atribuye el arte de la Crisopoeia, con el que Zósimo encandiló a la antigüedad.

Tal es el respeto que profesaron por esta figura que, en la Kitab Al Fihrist de 998, enciclopedia seria, científica y puntera de la época (la Larousse de por aquel entonces), se la cita como referencia predilecta. Es en estos pasajes donde aparece por primera vez citado, en boca de esta sabia, la figura del Ouroboros: la serpiente circular que muerde su cola y que representa una concepción cíclica del ser humano y del universo. La tradición cuenta que fueron 4 las mujeres que tuvieron y retuvieron el gran secreto de la serpiente: Paphnutia la Virgen, Medera, María la Hebrea y Cleopatra la Alquimista.

7. Morienus

En el extremo del ranking hemos situado al eremita cristiano Morienus, tambien conocido como Marianos o Morienus Romanus (Mariano de Roma). De él cuentan que vivió, como tantos otros miembros de su estirpe, perdido en la montaña, a las afueras de Jerusalén. Este alquimista cierra la lista y entra en nuestro top 7, debido, sin duda alguna, al vínculo que lo conecta a otro personaje legendario: el rey Calid.

La leyenda que el Rey Calid introdujo el saber alquímico en las cortes del imperio árabe. Su figura se asocia al histórico Khalid Ibn Yazid pero, como en todas las leyendas, no hay datos que corroboren semejante enlace. La historia narra el concilio del rey Calid, rodeado por los filósofos y sabios de las zonas más próximas a su reino y, de cómo el eremita Morenius reveló el secreto de la Piedra Filosofal ante un coro de ojos estupefactos.

Se dice de Morienus que fue discípulo de Esteban de Alejandría. De lo que no hay duda es de que Marianos, a través de sus diálogos herméticos con el rey Calid, supuso la primera referencia legendaria para la alquimia árabe.