¿Para qué sirve el cine?

¿Para qué sirve el cine?

Por Sergio Llauger

¿Para qué sirve el cine? Esta cuestión también poda formularse de otra forma ¿Para qué sirve el arte? Pero en este artículo no quiero meterme en esos berenjenales. El cine ha servido a lo largo da su historia para muchas cosas como por ejemplo: para que Estados Unidos fortaleciese su amistad con Sudamérica («Los tres caballeros» 1944), para publicitar el «Baby Boom» durante el franquismo («La gran familia» 1962) o para denunciar una injusticia política («En el nombre del padre» 1993). También podemos decir que es un mero entretenimiento, una manera de idiotizar al hijo hiperactivo y coñazo que nos da la vara todo el día hasta que le ponemos «Aladín» o «Toy Story 2» por enésima vez, aunque en la época que nos toca es mucho más fácil idiotizarlo con la consola que con una película que le pueda enriquecer y que dentro de unos quince anos recordará con sus colegas todas las escenas riquiñas de esas cintas mientras toma unos cacharros como nos pasa a todos nosotros en la actualidad.

El objetivo del cine siempre fue muy claro. Contar una historia, sea buena o mala, divertida o aburrida, graciosa o ridícula. Siempre somos testigos de una ficción, de un reflejo de nuestra realidad, una realidad que en la mayoría de los casos mejora y por esa razón nos enamora. Y aquí está el punto al que yo quería llegar: nos enamora. Nos enamoramos de la pantalla desde el primer momento en que el cine nos hace sentir algo. Como dijo un amigo mío una vez: «¿Cómo podemos ser tan vulgares como para ser adictos a las emociones?». En aquella ocasión él se refería al MDMA pero para el caso es lo mismo. Yo miro a mi filmoteca, por llamar de alguna manera a los cientos de películas que tengo en mi ordenador, como si entrara en una tienda de drogas, cada una de ellas me va a dar una emoción distinta. Hoy me apetece sentir nostalgia, me voy a poner «Hook» y rememorar la muerte de Rufio mientras pienso lo mágico que es vivir y lo mucho que quiero a mi padre, o prefiero pensar que estoy en un bar con mis colegas más gorilas hablando de “Like A Virgin” para luego sentir un montón de adrenalina por mi cuerpo viendo «Reservoir Dogs», quizás debería brincar en la butaca viendo esa escena de esgrima entre Iñigo Montoya y Westley en «La princesa prometida». Para todo esto sirve el cine, para sentir. Todos los directores de cine deberían de tener la misma máxima que tenían en la tragedia griega, llegar a la catarsis. La catarsis no es ninguna fantasmada, todos llegamos a ella en algún concierto cuando ya no sabemos que canción esta sonando pero nos movemos en el pogo compulsivamente. En el cine también lo podemos conseguir. La última película que me llevó a ella fue «Whiplash», película con la que terminé literalmente dándome cabezazos contra la cama solamente por la intensidad de su final. Para esto sirve el cine, para hacernos flipar como si estuviésemos tomando psicodélicos. En definitiva, para sentir.